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Los múltiples tránsitos de apariencias y realidades: "Cuentos de bajo presupuesto" de Rafael Tiburcio García

Julio Romano y Diego Castillo presentaron mi librito el pasado 30 de septiembre y este fue el saldo. Ojalá que con esto se animen a leerlo.

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Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca... por ningún motivo, bajo ninguna razón, ante ninguna circunstancia... vayan ustedes a juzgar un libro por su portada. Mucho menos si se trata de Cuentos de bajo presupuesto de Rafael Tiburcio García, el título que nos ha reunido en este momento y en este lugar.
No voy a negar que las primeras impresiones causan un hondo efecto en el ser u objeto que está uno a punto de conocer más o menos a conciencia. Es inevitable, o casi inevitable, formarse un juicio o una idea del funcionamiento o la calidad de un producto a partir de su presentación. Pero las primeras impresiones también pueden ser engañosas. Es cuando se conoce el producto a fondo, cuando se le pone a prueba, cuando se dedica uno a ver si de veras es como uno creía que es, o como le dijeron que era, que la verdad se revela.
Conozco a Rafael Tiburcio desde hace ocho años. Lo leí antes de estrechar su mano. Él era uno de los columnistas más certeros y agudos del diario Síntesis Hidalgo, en un tiempo en que los seguimientos de prensa y las síntesis informativas que hacían las instituciones públicas del estado (seguimientos que estaban listos a primera hora de la mañana y conjuntaban todo cuanto se decía día a día en los diarios sobre dichas instituciones y diversos asuntos de interés público) presentaban en su primera página las informaciones publicadas en el periódico referido. Eso no era poca cosa. A principios de 2007 yo edité durante unos días la sección de Cultura, cuya editora titular era Karina Ortiz, de dicho diario. Antes de eso ya conocía la columna de Rafael, titulada “Idiosingracia”, que edité esos días. Eso de editarla es un decir, porque sólo tuve que indicarle al diseñador en dónde debía ponerla.
Sin embargo, eso que hice yo, que era una cosa muy sencilla de hacer, lo hice mal: la columna de Rafael salía los viernes y yo la puse en la orden de edición del jueves (o recibí así dicha orden, y no la modifiqué, aun sabiendo que su columna era la de los viernes). Me disculpé con él por escrito por ese error y me respondió, en términos cordiales, que no había problema. O eso quiero recordar.
Lo conocí en vivo después porque resultó que teníamos algunos amigos en común y porque ésta es una ciudad muy pequeña y ese tipo de cosas suceden con una frecuencia inaudita.  Eso no es importante.
El caso es que yo leía su columna semana tras semana por la variedad de temas que abordaba y la precisión con que hacía los sucintos análisis que exige la prensa diaria: claros, agudos y breves. A veces, irrebatibles. Recuerdo particularmente una de sus entregas ―uno de sus párrafos― a propósito del asesinato del entonces secretario de Seguridad Pública del estado, Marcos Souverbille, y el acceso que tuvo la prensa al lugar de los hechos:El Sol de Hidalgo publicó en su edición del día siguiente fotos del vehículo ensangrentado; los demás, fotos de archivo.
Este hecho y esta curiosidad son uno de los varios elementos que Rafael Tiburcio toma de la realidad para confeccionar “Rompecabezas”, uno de estos Cuentos de bajo presupuesto. Dónde termina la ficción y dónde se inicia la realidad es algo nada sencillo de determinar. Ésta será la tónica general del volumen.
“Rompecabezas” y “Paisajista” son acaso los relatos más, por decirlo de alguna manera, sucios: aquéllos en los que el lector siente más cerca de sí el contacto con la tierra, la podredumbre, la miseria de un entorno que no le puede ser ajeno. La trama del primero de estos dos relatos se urde a partir de las relaciones entre realidad y periodismo, entre los hechos y la manera en que éstos son documentados. La del segundo, con los pormenores que muchos sospechan y pocos conocen con que se construye, pecho a tierra, una campaña política.
Un poco como Federico Campbell en Pretexta y Vicente Leñero en Los periodistas, un poco como Julio Cortázar en “Los pasos en las huellas” y Juan Carlos Onetti en “El infierno tan temido”, Rafael Tiburcio pone ante su lector los conflictos propios de las labores de quien escribe para el olvido, para que sus palabras terminen envolviendo las acelgas en el mercado. Propone al periodismo como espacio teórico para poner en práctica la ética periodística que se inculca y enaltece en los espacios públicos y formativos, y espacio práctico en el que ésta asaz flexible, cuando no prescindible. Propone asimismo al territorio no urbano como un espacio visible que sólo cobra importancia cuando es preciso sacar provecho, capital electoral, de los sectores sociales marginados del juego, condenados también al olvido. Mientras aquí el editor elige cuáles notas publicar y cuáles no en función de sus relaciones con el poder político, acá no se duda en entregar “Despensas. Parrillas eléctricas. Cobijas. Billetes de 500 pesos. Verbenas populares. Tarjetas para tiendas de autoservicio” a los votantes potenciales. Mientras aquí se pone al volante, después del accidente, al cadáver del guarura del hijo del político, para no tener que indemnizar a las familias de los demás adolescentes muertos, acá hay que entregarle al jefe de la oficina de prensa “una fotografía de mi rostro junto a la boleta electoral con el nombre de la candidata tachado”.
Estos espacios son ficticios, claro, pero no por ello nos dejarán de resultar familiares. Igual, no se estaría descubriendo nada nuevo, pero siempre hay nuevas maneras de decir las cosas. Y aun si no las hubiera, siempre valdrá la pena, a través de la imaginación, como decía Charles Wright Mills, descubrir los mecanismos que hacen que nuestra realidad se mueva.
Este primer par de cuentos nos instala en el terreno de la crudeza cotidiana. Otro par empieza a hacer que separemos los pies de la tierra firme. “Midori” y “Tambores de la noche” contienen los primeros guiños de la que será la apoteosis estética del volumen. En ellos, lo grotesco se erige como ídolo en medio de lo cotidiano. En “Midori” asistimos a una representación de lo grotesco lúdico: culturas urbanas que se menosprecian unas a las otras, travestismo exagerado en exageradas convenciones de cómics, cinismo, traición y venganza, la irrefrenable praxis derivada de la fértil inventiva sexual del adolescente que se descubre a sí mismo al tiempo que se descubre en el otro. En “Tambores de la noche”, una clara herencia de los principios fundamentales romanticismo, un paseo nocturno deriva en el avistamiento de las singularidades que sólo son posibles al margen de la luz: Una suerte de noche de Walpurgis con danzas de concheros, llamados rituales hechos con caracolas y evocaciones en náhuatl  se desarrolla en los altos de un mercado. “Lo que nos perturba”, sentencia el narrador, “lo que nos parece nuevo, a veces es más antiguo que nosotros mismos”. Aquí, lo grotesco es inquietante y escabroso, tanto en el espacio público donde se gesta el ritual incomprensible, como en el espacio doméstico en donde, se supone, debe encontrarse la tranquilidad.
Singular por méritos propios es el relato “Quimera”. Absurdo en sus elementos, supone el primer viraje que nos permite atisbar la atmósfera en la que, tal vez, Rafael Tiburcio nos ha querido instalar. Una criatura imposible es el eje de una sesión de cartomancia. Una frase del cuento es reveladora de un sinfín de realidades: “Es como si tu vida girara alrededor de... pues de nada”. Por momentos, es verdad, pareciera que el cuento no tiene sentido. Por momentos, también es verdad, pareciera que la vida tampoco.
En cualquier caso, en “Quimera” se abre ante nosotros ya claramente la puerta de lo que vislumbraremos en todo su insoportable esplendor en el último de los relatos del libro: un contexto cotidiano con un elemento que no pertenece a nuestra realidad. En el último relato, “Serie B”, esta lógica parece invertirse.
“Quimera” funciona como bisagra del volumen. Otro par de relatos nos hace cruzar el umbral, que son los primeros que leerá el lector convencional y que comparten con “Quimera” una atmósfera posible con un elemento imposible: en “Si no fuera el fin del mundo”, el contexto en el que se hacen patentes algunos de nuestros temores urbanos cotidianos; en “Le han ganado terreno al mar”, la fatalidad personal como anuncio de la fatalidad colectiva. El futuro nos ha alcanzado, y no nos trae nada bueno.
Esto lo vemos claramente en los dos relatos que cierran el volumen y que comparten, también, portales tempoespaciales. “Fotomontaje” es a la vez un cuento breve, independiente, pero que puede funcionar como preámbulo para “Serie B”. En estos dos cuentos, pero especialmente en “Serie B”, se concretan todas las intenciones esbozadas en los relatos previos: cotidianidad, situaciones y elementos absurdos, introspección, tragedia personal, búsqueda de sentido, fatalidad, triunfo de lo grotesco, derrota de la razón.
Álvaro Enrigue habló en alguna ocasión de la “literatura límite” para referirse a una pieza literaria que encerraba en su propia lógica sus límites. Es decir, una obra literaria que fuera imposible fuera de la literatura, cuya adaptación a otros lenguajes (el escénico, el musical, el cinematográfico, el radiofónico, el plástico) fuera imposible o no tuviera sentido. Yo no sé si con “Serie B” Rafael Tiburcio García se propuso algo parecido, o si una idea similar brotaba en su inconsciente mientras el cuento se gestaba, pero me parece que con este experimento ha logrado construir algo que no tiene sentido ni siquiera dentro de la lógica del lenguaje escrito. Lo enuncio como una virtud del texto, que, curiosamente, debe mucho a lo cinematográfico.
El lector de “Serie B”, casi indudablemente, quedará desconcertado desde las primeras páginas del relato. No sabrá qué demonios está pasando ni en la página ni a su alrededor. No sabrá de qué se tratan las cosas. Voy a intentar, brevemente, diseccionar esto que no es un cuento, sino un nudo gordiano.
En “Serie B” Rafael Tiburcio construye un universo en el que la ficción y la realidad no sólo conviven, sino que son una y la misma cosa. Mientras se narra una descabelladísima aventura de ciencia ficción que incluye viajes en el tiempo (varios) y monstruos malignos que duermen y esperan su despertar en el fondo de los tiros de mina de una ciudad provinciana, el lector atestigua cómo el autor del cuento, dentro del mismo cuento, escribe el cuento; mientras un científico alemán establecido en México se encuentra con su doppelgänger del futuro, los extras tienen que quitarse sus disfraces de marcianos para ayudar en las tareas de escenografía y en el auxilio de los lesionados luego de la invasión marciana.
“Serie B” puede, debe, leerse como una película, pero no sólo como si uno la viera en el cine o en un reproductor o en Netflix, sino como si además el lector estuviera involucrado en el proceso de producción y ademástambién dentro de la ficción de la película. Por si fuera poco, el lector también debe estar involucrado a nivel metatextual; en términos cinematográficos, en el proceso de preproducción. El lector es, entonces, a un tiempo espectador de la película, asistente de dirección, personaje y productor ejecutivo. Por si no fuera poco, cuenta con muy poco presupuesto para desempeñar su labor homérica. Y encima tiene que pagar la entrada. Por eso, cuando nos dicen que “La Tierra pendía, literalmente, de un hilo”, no sólo se habla del punto climático de la trama, sino también de las deficiencias presupuestales que enfrenta una producción que no puede pagar los efectos especiales. Es un cuento que, sin necesidad de haberlo leído, podría recomendar Chuck Norris.
Cuentos de bajo presupuesto cubre una amplia paleta de estilos y estéticas. Es un volumen que carece de uniformidad, incluso a nivel estilístico, y ello supone diversidad, una cobertura de amplio espectro que es siempre enriquecedora, y que se agradece especialmente ante un panorama en el que la homogeneidad parece ser la directriz de no pocos criterios editoriales.
Acaso sí haya una suerte de leitmotiv o hilo conductor en el volumen: los límites cada vez más difusos que hay entre la realidad y la ficción, entre el hecho y la invención, entre lo cotidiano y lo insólito, entre la verdad y el engaño. Quedará en el lector la tarea de separar una realidad de otra, una apariencia de otra. Y de conseguir financiamiento para cubrir las necesidad de producción, el café y las galletas.
Muchas gracias.




* Texto leído en la XV Feria del Libro Infantil y Juvenil Hidalgo 2015, Pachuca, Hgo., 30 de septiembre de 2015.




Presentación de Cuentos de bajo presupuesto de Rafael Tiburcio García.
Julio RomanoRafael Tiburcio García y Diego Castillo Quintero.
Foto: Karime Gutiérrez.


  disfruta el sueño...

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