Indisciplina podcast

Nácar y colibrí

Apan:
Sin chamarra y con zapatos de vestir me adentré a las siete de la mañana en los llanos de Apan, mientras avanzaba por un camino de lodo entre un ecosistema que me dio la impresión de un bosque (aunque no estoy seguro) el cielo se nubló, primero tapando el sol, luego suprimiéndolo por completo, lo único que se podía divisar en el cielo era una densa cortina café, tan opresiva como amenazante.

El aguacero que cayó no fue sorpresivo, aunque el miedo tenía que ver más que nada con las llantas del vehículo resbalando en las subidas y bajadas, algunos puentes de escasos metros de longitud eran los únicos tramos pavimentados, los indígenas suplican por carreteras a las cabeceras municipales pero es evidente que, por más compromisos que haga el gobierno, no es "viable" realizar una inversión de ese tamaño para abastecer a comunidades agrícolas improductivas, palabras al aire, promesas de una república juvenil.

Al llegar a algún pueblo perdido cuando al fin cesó la tormenta, pude constatar tres hechos importantes: 1) que una señora sacaba agua de la cisterna de un pozo, al principio parecía cristalina, filtrada por las mismas entrañas de la tierra, pero luego se fue enturbiando hasta adquirir la apariencia de la ceniza mojada, la señora pateó un perro que la rondaba y luego se bebió el líquido con las manos; 2) que un señor gordo de sombrero discutía con un ebrio, quien llevaba sus cables (robados, según me enteré) para poner un diablito en uno de los pocos postes que había y 3) que un colibrí estaba posado en una larga espina de nopal y al verme batió sus alas hasta desaparecerlas, empezando a polinizar a las cactáceas que, como ya dije, actualmente florecen.

Más tarde estuve nuevamente en la laguna de Tecocomulco, pero esta vez del lado que me hizo desear el llanto hace varios días, naturalmente la impresión era distinta, esta vez tenía al sol y a las montañas detrás, esta vez estaba acompañado, esta vez no vi lirios sino tule, esta vez no había canoas sino patos que caían muertos frente a las balas de los cazadores (asesinar por deporte, eso es civilización), esta vez fui insensible.

Al amanecer, antes de que este pasaje decadente cobrara vida ante mis ojos, las únicas cosas animadas eran las nubes, estáticas e irreales, que más bien parecía la imagen inmóvil de una mar embravecida, una de ellas, gris, grumosa, alargada, era la escollera que contenía a su compañera: un nimbo que, con el sol detrás, brillaba igual que un arco iris de nácar.

disfruta el sueño…

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