Indisciplina podcast

primavera

La maldita primavera, pasa ligera, me hace daño sólo a mí.
Yuri

Previamente presenté un cronograma depresivo, explicando los meses, días y horas en que comúnmente tiendo a deprimirme. Ahora presentaré algunos de los síntomas: el vacío y el remordimiento. El vacío es lo que queda en el estómago después de que el calor y los rayos solares te quitan el hambre y te arrojan una luz tan brillante que en lugar de iluminar te ciega, sin hambre las úlceras le permiten a los ácidos gástricos escurrirse fuera de tu cuerpo por los costados, pero una vez cegado también el cerebro se vacía.

Este año detesto la primavera por reflejo, sólo por reflejo, porque no he tenido ninguna experiencia traumática, ningún desamor. Pero tantos años divagando entre el equinoccio y el solsticio hacen que, cuando llegas por fin lúcido a uno de ellos, lo mires con desconfianza. Esta desconfianza me alcanza a mí también, y ahí está el remordimiento, porque entonces vuelven los recuerdos y despiertan odio, odio interior y exterior. Más que a la primavera me odio a mí mismo, ese es un sentimiento reciente, que tendrá apenas un año, me odio porque las ficciones me hacen amar de más, y yo prefiero amar sólo lo necesario para ser feliz, ya sé que el amor es infinito, pero no se lo puedo entregar a tantas personas de la misma manera, con la misma vehemencia, con las mismas intenciones, al mismo tiempo, porque entonces se vuelve abominable, desechable, reciclable, débil… por eso me odio y odio la primavera.

El hilo de Ariadna en este laberinto de borrasca es Naru, mi Naru, quien me obsequia ese fluido que la gente normal llama felicidad, o al menos un líquido extraño que se le asemeja mucho. Si puedo seguir de pie, si mis manos no han colapsado en gritos y abandonos, es gracias a las arbotantes invisibles que Naru teje con mis cabellos y clava en el suelo. Por ella puedo seguir aquí, frente a ti, sosteniendo a tu lado esta farsa que llamamos realidad objetiva, con la ilusión de pensar que, si toda una sociedad se traga la misma mentira, terminará por ser verdadera. Este año no hay nada, no hay excedentes de amor, no hay enamoramiento, no hay lujuria indiscriminada, no hay dudas afectivas, no hay necesidad desenfrenada de renovación, porque este año hubo renovación.

Mucha gente me ha criticado por ser trémulo, autocomplaciente y autocompasivo, por atraer con mi pesimismo a mi propia desgracia, por tomar el sufrimiento como paradigma y alimentarlo con rencor, frustración, impotencia y melancolía. Conozco sus discursos así que ahórrenselos, ya sé que en el mundo hay gente más miserables que yo, que han sufrido más, que carecen más, junto a quienes mis problemas parecen una burla estúpida, también he escuchado esa teoría cómoda y aberrante de que hubo alguien que se sacrificó por mí, cargando con mis pecados, culpas y sufrimientos (como si no lo supiera, como si esas cadavéricas religiones no se la pasaran repitiendo su publicidad perenne), también sé que a esta vida se vino a ser feliz, aunque yo no soy infeliz, simplemente soy triste… pero lo que las personas “felices” no entienden es que yo sufro por deporte, lo que no pueden ver es que soy una persona feliz que utilizo el dolor, el sufrimiento y la tristeza tanto para sentirme vivo como para acercarme a la muerte, tanto para comprender el sufrimiento de quienes me rodean, que es infinitamente superior al mío, como para evadir las quimeras con las que sus mentes estructuran la realidad… yo no le temo a nada, nada puede dañarme, nada pueden quitarme, porque no tengo nada, ni soy nada, ni llegaré a ningún lugar, ni me interesa hacerlo… por esa misma certeza sé que muy en el fondo tampoco soy infeliz.

Uno de estos días desperté igual que todas las mañanas y descubrí que la depresión y las dudas me habían abandonado, que finalmente podía caminar por las calles sin fruncir el ceño, sin tensar los músculos faciales, sin los hombros duros de nervios ni la columna vertebral a punto de quebrarse de la angustia, sin la mirada llorosa, me descubrí con los ojos abiertos y los oídos atentos, con la espalda recta, hasta con los labios preparados ¿para qué? Pues para sonreír, para prodigar entre mis semejantes palabras de alegría, para inventar salmos y mezclar mi voz con el viento matutino, pero justo cuando empecé a mover mis labios sentí aquel hueco, al principio pensé que era hambre, no había desayunado, pero no era eso porque el hueco no se llenaba ni después de comer, entonces pensé que podría ser una úlcera péptica, pero seguía equivocado, el hueco estaba en mi psiquis, fue el vacío que dejó la depresión al desaparecer sin despedirse. Cuando se sufre no se conoce nada ni se desea conocer, el sufrimiento abarca todas las cavernas y uno se mantiene descansando en una placenta de veneno, adormecido, estúpido, insensible, pero cuando ese veneno se escurre, un desierto lleno de niebla se abre. Lo único que puedes ver es la arena, desde tus pies hasta a unos pocos metros alrededor, pues hasta tu sombra se pierde con la bruma, a veces aparecen algunos monstruos pero, en general, caminar en alguna dirección o buscar cualquier cosa resulta inútil, fatuo, necio, porque no hay caminos, ni alimento, ni destinos. Eso se llama libertad. Y yo soy libre.
disfruta el sueño...

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