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Presentación editorial "No verás el alba" de Julio Romano Obregón



Nostalgia del infierno en No verás el alba de Julio Romano Obregón
Rafael Tiburcio García


Hans-Georg Gadamer afirma que la obra artística nos dice algo, y no lo hace únicamente como documento histórico, sino que dice algo a cada uno, como si se lo dijera específicamente a él, como si fuera algo presente y simultáneo con él, algo que nos confronta con nosotros mismos. “Lo que la obra pone al descubierto, en un estremecimiento gozoso y terrible, no es únicamente «tú eres esto»; la obra nos dice también: «tú tienes que cambiar tu vida».”
No sé si el libro de Julio ha cambiado la mía o si los cambios correspondieron con las noches que dediqué a su lectura mientras mi vida se modificaba, pero puedo enumerar varios motivos para creer que sí. En primer lugar hemos celebrado y nos hemos lamentado en numerosas ocasiones, hemos hecho programas de radio y nos hemos dicho las cosas más crueles y pedantes cuando hemos tenido que leer y corregir los textos del otro.
En segundo lugar, y citando al propio Romano hace un año:

“hay muchas cosas más importantes que la literatura, sobre las que es preciso poner atención: la salud, la seguridad, la migración, la pobreza... el amor, en su más amplio espectro. La lectura y la literatura no nos hacen, por sí mismas, mejores personas pero cumplen su propósito cuando, a través de la palabra, se opera en nosotros una revelación de algo que antes no conocíamos, o que no considerábamos en su plena dimensión, y que nos hace, de alguna manera, nacer una vez más, reencarnar en nosotros mismos”.

En tercer lugar la pretensión de cambiar una vida es, en todo caso, sólo eso: una pretensión que la mayoría de las veces, y esto es de agradecer, no proviene del autor. Lo que sí es un hecho es que existen algunas producciones que, sin proponérselo, poseen la capacidad circunstancial de cambiar algún aspecto de la propia vida. Es irónico que un libro que nos encamina en un viaje iniciático por todos los infiernos tenga esa cualidad, sobre todo porque se trata de una iniciación fallida en la que los personajes nunca salen de los recintos subterráneos, y es quizá justamente por eso que somos los lectores quienes debemos concluir esos siete viajes que nuestros guías, nostálgicos del Infierno, no completaron.
Déjenme contarles una anécdota. Durante las semanas previas a la presentación leí durante las noches estos cuentos, no por algún afán romántico sino por el hecho de que trabajo todo el día fuera de la ciudad, llego a Pachuca cuando ha oscurecido, resuelvo algunos menesteres, ceno, y es finalmente a las diez u once de la noche cuando puedo leer. Esto fue adecuado para No verás el alba, cuyos cuentos hablan de lo que dice su propio título y quienes lo lean harán bien en esperar a que oscurezca para leerlo como se debe leer un libro que habla sobre gente que por voluntad o por destino no amanece.
En la casa se apagaba la tele, se suspendía todo y yo leía en voz alta, leía para Alejandra y, mientras lo hacía, interrumpía cada tres líneas los relatos para buscar las referencias eruditas, las palabras arcaicas, las traducciones, las correspondencias míticas… Entonces cada cuento se extendía más allá de la hora, más allá del día, más allá de la semana. Nos íbamos a dormir y todo ocurría de nuevo la noche siguiente en lo que fue una rutina breve, apenas lo suficiente para darnos cuenta de que al final, luego de siete viajes llenos de palimpsestos, refinamientos afeminados y temas monolíticos, después de varios cuentos que quizá no tenían una intención más profunda que mostrar el fichero bibliográfico del autor, la referencia pretenciosa. Después de todo ese despropósito de gente muerta, loca o atrapada en finales circulares. Aún después de todo eso, su libro cambio un poco nuestra vida.
Durante ese tiempo leímos no solo cuentos, redescubrimos las mitologías griegas y escandinavas, escuchamos canciones de la opera Fausto, leímos el discurso con el que un año antes Romano acepto el premio estatal, reímos con sus comentarios siempre corrosivos, como el que hizo en la presentación de un libro el año pasado:

"El libro será manoseado durante días, semanas, meses, años, hasta que de tan viejo caiga en las manos de algún ingenuo que crea, por lo amarillento y las hojas tan dobladas y quebradas en los bordes, que ha sido leído muchas veces por muchas personas; entonces lo considerará digno de figurar en una biblioteca y lo donará a una, en donde, dentro de treinta años, un estudiante de Letras Hispánicas lo encontrará, lo tomará creyendo que es buenísimo y decidirá hacer su tesis."

Pensamos que el libro de Julio correría la misma suerte, pero su camino fue otro, pues un estudiante lo leyó incluso antes de publicarse, y aún se atreve a decirles de él algunas cosas:
De los siete cuentos que lo componen, ninguno tiene como escenario nuestro entorno local y apenas uno ocurre en un México que es la tierra prometida de una extranjera, lo que nos recuerda el ideal cosmopolita de los modernistas y aun el idealismo exótico del romanticismo, que nos da la oportunidad perfecta de sentir que conocemos las calles de Arhus, Rosario, Venecia. Y junto a este rasgo estilístico que define la escritura de Julio hallamos otros dos en consonancia: primero el empleo de referencias eruditas a obras que van de la alta cultura hasta lo popular, desde Homero y la Biblia, pasando por Goethe, Poe, Joyce, Verlaine, Salvatore Quasimodo, Boris Christoff, Schubert, Gounod y Gilberto Owen, hasta Leonard Cohen y el Cuarteto de Nos. En segundo lugar nos hallamos ante relatos en los cuales el tratamiento formal del lenguaje está pacientemente rumiado, donde el estilo refinado, las acepciones en desuso o abiertamente arcaicas, los narradores en segunda persona, la ornamentación hasta de los diálogos coloquiales, la estilización de voces y aún la elección de nombres y epígrafes en lenguas extranjeras dotan al volumen de una elegancia casi obligatoria para un libro que tributa a los últimos dos siglos de tradiciones literarias.
Y por supuesto, el libro es atravesado por un desfile de criaturas despojadas que no verán el alba porque han muerto, porque han quedado ciegos o atrapados, porque sus vidas se entrecruzan, porque sus creaciones los raptan o porque buscan la muerte. A ello se suma un cuidadoso simbolismo mitológico que nos permite tender un puente no sólo con la psicología de los personajes sino con toda la tradición que ilumina al pensamiento occidental, como el mar y la vida, la Odisea, las pitonisas de Delfos, Baco y las Ondinas.
Pero además de compartirnos esa insana obsesión con la muerte que asecha o desata los acontecimientos, los viajes nos llevan de la mano por todos los infiernos posibles, pues así como viajamos de Venecia a Dinamarca, de Argentina a la Ciudad de México, así también cruzamos los lugares que simbólicamente corresponden con el viaje iniciático a las tinieblas: el remolino Maelström que devora a una joven actriz; el Hades que cruza Odiseo y establece un abierto paralelismo entre el Río Estigia y el tren subterráneo de Manhattan a Ítaca, Nueva York; la invocación de Mefistófeles en una ópera; las connotaciones cristianas de un dragón rojo de crayón y un sótano en llamas; e incluso un restaurante con el nombre del reino de los muertos finlandés, el Tuonela. Al final tenemos la sensación de haber cruzado por siete infiernos, saliendo airosos, como lectores, a diferencia de nuestros guías que debieron permanecer ahí.
La lectura termina y nos ha llevado por más lugares de los que habla, nos ha librado a nosotros mismos de desear en carne propia la nostalgia del Infierno, ¿No es acaso ese uno de los beneficios de todo libro, esa aspiración de engendrar en cada uno de nosotros un sentido distinto, un pequeño significado que nos haga modificar a la persona que hasta ese momento fuimos? Cuando terminé este texto Alejandra se acercó a mí y dijo “Deberíamos volver a leer juntos por las noches”. Y yo cerré No verás el alba, fui al librero, leí en voz alta mis poemas favoritos de Pessoa y comencé a platicar largamente con ella de muchos temas que durante años habían quedado pendientes.
Muchas gracias.


 disfruta el sueño...

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