Indisciplina podcast

Decir el polvo

Presentación editorial del poemario Decir el polvo, de Luis Alfredo Cruz Ramírez.
Presentaron: Ramón Gil, Alejandra Craules y Rafael Tiburcio García.
Feria del Libro Infantil y Juvenil Hidalgo 2010. Centro Cultural del Ferrocarril.
Lunes 19 de julio. 18:30 hrs. Pachuca, Hidalgo.
Duración aproximada del texto: 10 minutos.





A partir de la década de los sesenta, el intertexto, es decir, la forma en que las producciones anteriores o paralelas inciden en la creación artística y su recepción, cobró gran relevancia en las manifestaciones culturales, es decir, en las artes, pero también en las ciencias e incluso la industria del ocio y la cultura pop. A partir de la década de los ochenta, el intertexto pasa a ser denominado interdiscurso, con lo que su campo de acción se expande, es entonces cuando se empieza a desarrollar con propósitos específicos, al tomar conciencia plena de que las referencias culturales comunes enriquecen las producciones recientes, al mismo tiempo que son recuperadas, actualizadas, puestas nuevamente en contexto y por lo mismo conservan su vigencia.
Pero este camino no era nuevo, tradicionalmente la poesía siempre ha sido un interdiscurso, una conversación constante con la tradición que la precede. Pero es sólo en las últimas décadas que la poesía, a partir del desarrollo de las corrientes neobarrocas, postestructuralistas y deconstructivistas, entre otras, se despoja de sus vestiduras y nos evidencia su armazón: la forma en que se construye el discurso poético. Las citas, referencias, críticas y comentarios pasan a ser parte del poema mismo, de un nuevo discurso que adquiere valor precisamente por evidenciar esa tradición de la viene o de esa tradición con la que rompe.
En Decir el polvo, primer poemario publicado del poeta hidalguense Luis Alfredo Cruz, el interdiscurso, que ha adquirido particular relevancia en la creación poética mexicana de los últimos diez años, muestra todas estas evidencias que nos permiten, además de leer el poemario, buscar las pistas que lo rodean para enriquecer su significado.


Las referencias que directamente encontramos tienen que ver, en primera instancia, con Las ciudades invisibles de Italo Calvino. Ciudades femeninas. En Calvino hallamos revelaciones, visiones concretas que Alfredo Cruz rescata, como las siguientes:

«La ciudad soñada lo contenía joven; a Isidora llega a edad avanzada. En la plaza hay un murete desde donde los viejos miran pasar a la juventud: el hombre está sentado en fila con ellos.»;

o esta otra que nos dice:

«obligada a permanecer inmóvil e igual a sí misma para ser recordada mejor, Zora languideció, se deshizo, desapareció».

Pero debajo de estas referencias obvias, que hacen conversar a Calvino y a Fray Bernardino de Sahagún, hallamos ocultas otras que rescatan una tradición, la que inician poetas como Jorge Cuesta y Alí Chumacero y que después seguirían los neobarrocos. Es de la poesía de Jorge Cuesta, quien además de poeta era científico, de quien Luis Alfredo Cruz toma mayor influencia. Jorge Cuesta poseía una visión a la vez racionalista y descarnada, insistía en que la construcción poética debía guardar cierto equilibrio matemático y por lo mismo, gustaba de trabajar con estructuras clásicas, principalmente el soneto. En 1926, en el poema Retrato de Gilberto Owen, Jorge Cuesta presenta su famosa ley de Owen, que nos dice:

«Cuando el aire es homogéneo y casi rígido
y las cosas que envuelve no están entremezcladas
el paisaje no es un estado de alma
sino un sistema de coordenadas.»

A Jorge Cuesta, Luis Alfredo Cruz le responde:

«En las calles los transeuntes
no le sostienen la mirada al viento.»

La influencia de Cuesta deriva en un tipo de poesía intelectual, intelectual mas no concretista o minimalista, más bien, Luis Alfredo Cruz se vale del recargamiento estilístico propio del neobarroco: en las imágenes; en el uso de figuras como el oxímoron (como cuando dice: nubes muy pesadas) o el hipérbaton (es decir, el intercambio de palabras en las frases); e incluso en la inserción, entre los versos libres, de algunos de métrica clásica: como endecasílabos y alejandrinos.


Así como Las ciudades invisibles de Calvino se puede leer como una serie de cuentos o incluso como un poema, Decir el polvo se puede leer como un ensayo. Utilizando un estilo similar al empleado por Calvino en la descripción de sus ciudades-mujeres, Luis Alfredo Cruz, le presenta a Calvino una ciudad que ha olvidado incluir en las relaciones que Marco Polo relata a Kublai Khan: la ciudad de polvo, la ciudad cronista, la ciudad Bernardino.
Y así, el páramo de Ciudad Sahagún se vuelve un puerto en la imaginación del poeta, donde los campos de cebada son mares y las fábricas son astilleros. Incluso se permite cierta crítica social como cuando menciona que la ciudad

«está llena de polvo y de estiercol
de los que han ganado el señorío
y lo poseen con engaño, cocaína y hurto.»
 
Existe también una insistencia en el paso de la luz a las tinieblas. El poemario parece avanzar del amarillo al gris, del orden visible, lleno de soles, luces y flores, al caos absoluto del polvo, donde paradójicamente todo cobra sentido, como cuando dice

«Hay mil motas de hollín
en la flor amarilla
que sostiene mi mano.»

 
El polvo, parte del título, pero no siempre mencionado en los poemas, se convierte en el hilo conductor de este canto; ofrece las imágenes más asibles, pero también se constituye como una alegoría del ciclo que va del caos al orden una y otra vez.
El libro entero es una metáfora continua sobre lo que se vuelve polvo y así permanece, porque el poeta nos dice:

«Contagia de su forma al que concreto llega
con sombra a otro intento que la adorna
pero es masa nerviosa que aprisiona/»

Este polvo acumulado en el suelo sostiene todo lo viviente y se vuelve un ecosistema, un sustrato en el que todo crece; con la ruina como centro de la vida, el polvo se vuelve su fuente, el nuevo ombligo de este microcosmos.
Celoso, el polvo no permite a nadie mover la vista, «inunda la ciudad con una luz inexplicable». Y causa desesperación ante él, como cuando el poeta menciona:

«Esa maña nuestra de esperar la lluvia
de pedir la lluvia con una cáscara de pelota
y otros ritos de cuadra para forzar al clima
para calmar la necedad del viento.»

El polvo, finalmente, le da paso al agua, el agua que carcome lo sólido, el agua que es tiempo que transcurre, el agua que restaura, pero también devora. El polvo es tragado por el agua, pero no se va, se convierte en lodo, luego el agua se evapora y de nuevo, sólo persiste el polvo, ostentándose como rey de todo lo permanente, de la uniformidad, del caos que, en el final, todo lo abarca.


Personalmente, me parece que el valor de este libro se encuentra justamente en el juego interdiscursivo paralelo al de la tradición poética, precisamente el lenguaje científico, una corriente poética que actualmente se encuentra en pleno auge, un lenguaje concreto que llega a los poemas y por momentos se adueña de ellos, que llena espacios con verdades científicas, verdades que antiguamente sólo podíamos intuir por medio de la poesía, esa verdades, esas entidades sutiles, como las llama Calvino, el ADN, los impulsos neuronales, la teoría de las cuerdas, las partículas del espacio, son hoy, también, poéticas.



Rafael Tiburcio García.


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