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fanfic


Tras la presentación editorial y la firma de autógrafos, te dedicaste a ver los estantes de la feria. La novedad del año fue un local con libros de ciencia ficción, fantasía, terror; subgéneros marginados en Latinoamérica, donde gracias a la tradición impuesta por Bioy Casares, Cortázar o Fuentes, la ficción debe intelectualizarse, de lo contrario pierde su valor literario o, en el mejor de los casos, se considera lectura adolescente.
Más allá, lo de siempre: Joaquín Mortiz, Almadía, Sexto Piso… Anagrama, Tusquets, Alfaguara…
Entre el mar de volúmenes de marcianos, vampiros y elfos, observaste un librito de Howard Phillips que hacía años buscabas y sólo tenías en versión electrónica, como las sagas de Ursula Kroeber, como El grafógrafo, como Ubik, o Las crónicas de Narnia antes que filmaran las películas.
En ese momento, hojeando las páginas, te acordaste de los fanfics japoneses, esas extensiones de universos ya desarrollados. En México, lo más cercano fue un concurso de cereales Maizoro para visitar las locaciones donde filmaron Eragon; para ganar, los niños debían crear una historia ubicada en Alagaësia.
Imaginaste algo así en este país. Claro que esas construcciones tendrían que escribirlas lectores, forzosamente. Fans. Y lo más común entre ellos ha sido tomar prestada la mitología de Howard Phillips, vasta en criaturas, nombres y lenguas —como la de Tolkien— aunque pocos se lo reconozcan.
Con el paso de los años, la devoción a la obra de ciertos autores arrebató su imaginación del plano fantástico, ¿el resultado? la religión Jedi, por ejemplo.
Tu error, ahora que lo meditas, fue nombrar en voz alta, al igual que en los cuentos de Howard Phillips.
—Por favor, me podría mostrar El llamado de Cthulhu…
Tuviste que salir corriendo de la feria como todos los demás después que una extraña refracción en el aire detrás de la locomotora, una presencia mimética, de pronto abrió sus fauces y se tragó a dos poetas locales en medio de su lectura.
Quienes se dedican a la ficción saben que el nombre es arquetipo de la cosa, como dice Borges en El Golem. Los cristianos afirman que la boca, la palabra, tiene poder, aunque prefieren delegar sus capacidades a un Ser supremo. En la isla artificial de Odaiba, en Tokio, hay un reloj diseñado por Hayao Miyazaki empotrado en un edificio, la enorme estructura conserva toda la estética que el artista utiliza en sus películas y más allá de ser un simple icono, parece una rasgadura en la realidad, que te arranca del mundo y te deposita en Laputa o en el reino de Ingary, frente al castillo vagabundo. Finalmente, te repites, en eso consiste la fantasía.
Te cansas de pensar en lo ocurrido y tratar de explicarte de donde vino, si fue tu responsabilidad o sólo una absurda coincidencia. Permaneces a la expectativa, arrinconado en tu cuarto, buscando una respuesta en las páginas del Necronomicón, leyendo, ahora sí, en voz baja; vas por tu tercera noche sin dormir.
Lo que en un relato es fascinante: un personaje acorralado psicológicamente, los sientes muy distinto en carne propia. El piso tiembla con cada paso mientras el hedor de mil tumbas, que Howard Phillips únicamente imaginó, vicia el aire de afuera y no sabes si te atreverás a dormir o seguirás esperando.


disfruta el sueño...

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