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Autocensura

He oído decir a algunos creadores y críticos que lo único peor que la censura es la autocensura, por lo cual me he puesto a pensar muy seriamente hasta cuándo debería publicar mis relatos políticos.

Y es que da la casualidad que yo no sé nada de política, salvo los rumores que circulan en mi trabajo (sí, para quien no lo sepa, soy burócrata por nómina -sin seguro, sin dicato, sin futuro, sin jubilación-) y entonces, entre mi dipersa producción literaria (que incluye poesía, canciones, cuentos -cortos y largos-, fábulas, tiatro, novela, ensayos y las entradas a este blog -esto último puede considerarse texto chatarra-) tengo algunos cuentos sobre la cotidianeidad de los tres poderes de mi Estado: Cuentos de políticos, no de política.

Cookie me dijo que, si quería publicarlos, me esperara hasta que estuvieramos estudiando la maestría en el Extranjero, o hasta que fuera tan famoso que el gobierno ya no pudiera tocarme sin armar un tremendo escándalo (esta segunda opción la veo muy pero muy dificil, por no decir cándida).

"Quiero conservar la vida" fueron sus palabras exactas, mientras se agachaba para servir un vaso de agua del garrafón "Quiero que mis hojos tengan vida social y patrimonio".

Yo vislumbro algunas posibilidades, de las cuales, la que más me aterra es la autocensura, estar en la editorial definiendo qué cuentos publicar y decir "No, sabe qué, éste no... y a éste mejor déjeme quitarle las referencias al PRI y al PAN y a estos altos funcionarios... y déjeme quitar esta parte donde digo que los periodistas son un hato de borrachos, no me vaya a ir mal con la crítica".
Otras posibilidades menos paranoicas, aunque no más dignas serían: o me censuran, o me silencian, o me amenazan o, mejor aún: me sobornan como a todos los periódicos, me ponen en la nómina de algún Consejo de Cultura, me mandan de embajador, me vuelven intelectual oficialista.

disfruta el sueño...

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